26.5.06

Del sueño de la noche a la pesadilla del amanecer

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La madrugada del 18 de mayo del 2006 no fue como cualquier otra para los ocupantes de la máquina 1738 de la empresa Tur Bus. El estado de somnolencia de Manuel Fierro Oñate se convirtió en una pesadilla para los 52 pasajeros, quienes jamás llegaron a destino.
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La noche estaba despejada, sin neblina ni presagios de mal tiempo. Nada podía indicar que esa fatídica madrugada terminaría en el lecho del Tinguiririca. Nada, excepto el sueño que embargó al conductor esa noche.
Eran las 20:00 del 18 de mayo del 2006. Manuel Fierro Oñate y su asistente, Marcelo Astete, abordaron la máquina de la empresa Tur Bus -placa NN9687- para transportar a los 49 pasajeros que habían comprado un boleto para trasladarse desde Villa Alemana hacia Talcahuano.
Astete se sentó al volante y echó a andar la máquina. Él haría el primer turno de conducción –que habitualmente lo realiza el copiloto por ser el tramo más corto- y Fierro cambiaría con él a las 22:15, según lo habían acordado antes. Así también lo afirmó el gerente de operaciones de la empresa, Alfonso Mora, luego de ocurrida la tragedia.
El viaje se realizó en completa normalidad. Astete guió a los pasajeros hasta Viña del Mar, donde el jefe de la máquina asumió el mando a la hora señalada. Fierro se sentó frente al volante, mientras Astete se dirigió a la litera a descansar para poder retomar el próximo turno. Allí retomaron el viaje. Se suponía que el relevo se llevaría a cabo a las tres de la madrugada, pero el destino se lo iba a impedir.
Aunque el conductor había descansado cerca de trece horas en tierra antes de emprender esta travesía, lo más probable es que el sueño lo haya invadido y se haya quedado dormido – o por lo menos, esta versión es la que se maneja con más fuerza-. El piloto de la máquina debía bajar la velocidad, ya que venía la curva que conducía al puente de un kilómetro de extensión sobre el río Tinguiririca, y era imposible pasarla a 100 km/h, tal como indicaba el tacógrafo de la máquina.
No pudo controlar el vehículo. Éste se estrelló contra la barrera de contención, se arrastró diez metros por ésta, cayó siete más y se volcó, quedando sobre el lecho del Tinguiririca. Eran la 1:45 de la madrugada y 52 personas yacían allí, en el kilómetro 141 de la Ruta 5 Sur, en el sector conocido como “El Triángulo de las Bermudas”, sin poder escapar de los fierros retorcidos del transporte.
Los viajantes esperaron algunos minutos. Los indicios no estaban a la vista: no habían marcas de frenada en el pavimento ni vidrios rotos sobre el asfalto, sólo un tramo importante de la baranda había sido arrancado. Abajo, era un escenario desolador.
El primero en llegar a la zona de la desgracia fue el sargento Luis Arias, jefe del retén Roma de Carabineros, quien tenía más de veinte años de servicio. Bajó al lecho junto a los cerca de cien rescatistas que se habían acercado al área. Tomó entre sus brazos a un niño que ya se encontraba muerto y cayeron algunas lágrimas de sus ojos. Arias declaró a El Mercurio: "Todavía estoy afectado, y me ha dolido mucho. El niño estaba con su madre y lo llevé junto a los otros cadáveres".
Ése fue el primero de los 24 cuerpos que se recuperaron en primera instancia desde el interior del bus y los 27 pasajeros restantes fueron llevados a los centros asistenciales más cercanos, ya que necesitaban ser revisados por las heridas que sufrieron en el volcamiento.
Quien resultó ileso fue Astete ya que se encontraba en la litera del bus, por lo que no fue aplastado por el techo de la máquina. Quienes estaban evacuando a los afectados, lograron abrir el compartimiento. El copiloto salió tambaleando y señaló: "¿Qué pasa, me toca conducir ahora?". El fiscal lo interrogó y consideró que no tenía argumentos para dejarlo detenido.
También dentro de los primeros hallazgos de ese amanecer, se encontró el tacógrafo de la máquina que marcaba los 100 kilómetros por hora que llevaba al momento de virar hacia el puente. Pero Miguel Ángel Espinoza Contreras no tuvo la suerte de ser encontrado en los primeros momentos de las labores de recuperación de los cuerpos. Pasado el mediodía de aquella jornada, un camarógrafo de Canal 13 lo divisó y el Grupo de Operaciones Especiales –GOPE- lo rescató 500 metros al oeste del lugar del accidente, en medio del cauce del río. No figuraba en ninguna lista hasta el momento en que la cifra de víctimas subió a 52.
Aún no se entrega una versión oficial de lo que sucedió esa madrugada. Los afectados no desean hablar o recordar lo que pasó esa noche. El silencio es la constante cuando se les trata de contactar y la empresa rehuye los llamados telefónicos.
Para algunos pasajeros fue un amargo despertar. Para otros significó no volver a abrir los ojos. Pero a los familiares sólo les queda el desconsuelo de la tragedia vial más terrible desde 1987.

16.5.06

La ciudad dormida

No fue una buena noche. No podía dormir pensando y pensando. Todo me daba vueltas. La lluvia caía suavemente en Santiago y algunas gotas se deslizaban por el vidrio de mi ventana. Ya eran las tres de la mañana. Encendí un cigarro. Prendí una vela para que el humo no se acumulara dentro de mi habitación -típico secreto de abuelita- y me dediqué a mirar por la ventana... la quietud de la ciudad dormida.
No quiero tener miedo, no quiero sentirme insegura, no quiero siempre estar adivinando lo que piensan los demás -uno me pasa sólo con algunas personas, me pasa con todos, así que nadie se sienta aludido en especial-. Quiero un poco de honestidad. Si nos vamos a quitar las caretas, no lo retrasemos más. ¿Para qué esperar? No quiero volver a sentirme vulnerable como ayer me sentía, mientras veía la lluvia deslizarse delicadamente. No quiero volver a pensar que todo es mi culpa. No quiero tener que elegir siempre. Me cansé... Finalmente me fui a dormir.

3.5.06

Retroceder para avanzar...

Y es verdad que eso de la vorágine que te consume. Sí. Ya soy una víctima más. No había tenido tiempo de sentarme frente al computador para hacer algo por mí. En general, siempre algo cosas por los demás, para los demás... No es que sea una Madre Teresa, ni nada por el estilo -de hecho, soy todo lo opuesta a ella-, pero a veces me olvido un poco de mí.
También por eso se hizo perentorio que bajase las revoluciones, que dejase de lado cosas que verdaderamente me importaban, y empezar a preocuparme por mí.
A veces es necesario dar un paso atrás, descansar, meditar sobre lo que nos rodea... Respirar hondo y sentir que la vida es algo más que levantarse en la mañana, correr de allá para acá, comer, dormir y volver a despertar en la mañana...
No a veces, siempre es necesario dar un paso atrás para avanzar dos. Alguien alguna vez dijo algo semejante... Pero nunca pensé que eso se aplicaría a mi vida.
Retroceder un paso, para avanzar dos... Retroceder para no equivocarse de nuevo. Retroceder para no caer en la vorágine. Retroceder para avanzar.
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