31.7.06

La lucha de Burgos

Jorge Burgos pospuso sus sueños de perfeccionarse en el extranjero, sólo para dar la pelea contra el régimen militar. No conocía hasta entonces las incomodidades de la vida: de familia adinerada y con el privilegio de ser el único hijo, el actual diputado por Providencia y Ñuñoa tiene un sueño frustrado. Pero los que lo rodean, lo admiran por su lealtad.
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Él es del tipo de hombres que estrecha fuertemente la mano cuando saluda, mira a los ojos y se deleita con el humo del cigarro Viceroy que acomoda entre sus dedos. Hijo único, mimado, profundamente católico, apasionado por el fútbol y los caballos, el diputado Jorge Burgos recuerda aspectos de su vida que creía olvidados.

Cuando niño tuvo privilegios que los demás envidiaban: escuchaba radio y leía constantemente, lo que influyó en su gran dedicación al estudio. Siempre se apoyó en sus exigentes padres, quienes le inculcaron el agrado por el estudio, pero también lo regalonearon bastante. “Fui bien mimado, probablemente con excesos”, añade.
Trató de suplir su carencia de hermanos con su capacidad para hacer amigos, aunque con el tiempo ha perdido un poco esta característica. Aún conserva algunos de la infancia, pero también ha creado lazos con sus adversarios: “Tengo muy buenos amigos fuera de la política, que ni siquiera comparten mi pensamiento, son más bien de derecha, y otros que los he conocido en el trabajo político”. Francisco Vidal, Alberto Espina, Andrés Allamand, Carlos Montes, Jaime Gazmuri se incluyen en su enorme lista de camaradas.
María Teresa Humeres, una de sus amigas, conoció a Burgos en la adolescencia. Ella tenía dieciséis años y ambos frecuentaban la casa de unos vecinos, en la comuna de Providencia. Desde ese momento, no sólo los unió la cercanía de sus residencias, sino que los ideales políticos fueron el perfecto escenario para cultivar esta amistad que hasta hoy los une. “Esta relación es tan sólida, a pesar de que no nos vemos casi nunca. Es de mucho cariño y mucho respecto, tanto como para que hayamos podido trabajar juntos”, relata Humeres.
A pesar de contar con todas las comodidades que sus padres le podían brindar, Burgos decidió abandonar su hogar – frente al Parque Bustamante- a los veintiún años. Aunque por su condición de hijo único, todos esperaban que viviera con sus padres hasta que se casara, él siempre ha sido un hombre independiente.
Al cabo de dos años contrajo matrimonio con Patricia Salas y actualmente tienen tres hijos: Vicente, que sigue los pasos de su padre y estudia Derecho en la Universidad de Chile; Domingo, que está en Bachillerato en la Universidad Diego Portales; y Raimundo, un pequeño que cursa segundo año básico en el Colegio San Ignacio, la misma institución que recibió a Jorge cuando niño. Su familia siempre se ha mantenido al margen de su actividad oficial como miembro del gobierno.
Su entrada en política no fue parte de un proceso intencionado. A comienzos de los ‘70, y en la época en que todavía estudiaba en el San Ignacio, ya sabía que quería estudiar Derecho. Cuando ingresó a la Universidad de Chile, el país vivía el comienzo de la dictadura y Burgos sentía que era su deber dar la lucha en contra del nuevo régimen. Por lo mismo, comenzó a tomar parte activa del movimiento ciudadano que luchó para el retorno del régimen democrático entre el ‘75 y el ‘79, tiempo que le tomó terminar sus estudios superiores.
Hacer política en la dictadura, para él, tenía mucho de épico. “Uno agranda las cosas con el recuerdo, pero sentíamos que la recuperación democrática pasaba por lo que hacíamos”, señala. Ingresó a la Democracia Cristiana en 1976, con lo que oficializó su carrera política: “Me sentía orgulloso de lo que hacíamos. Tengo muy buenos recuerdos de esa época”. A los 31 años y con el gobierno de Patricio Aylwin, Burgos asumió el nuevo desafío de ser Jefe de Gabinete entre 1990 y 1993. Desde ese momento comprometió su combate desde la oficialidad de La Moneda.
Pero la política no es el único aspecto en su existencia. El deporte hípico es una de sus aficiones. En su oficina tiene 54 fotos donde él posa junto a distintos caballos, algunos de su propiedad y otros de amigos o familiares. Pero ahora no le alcanza el dinero para tener un equino propio: “Es demasiado caro y con mi trabajo, no tengo el tiempo que se requiere para cuidarlo”. Además de la hípica, Burgos es un gran hincha de la “U”. “Ése es su mayor defecto”, comenta José Muñoz, uno de sus trabajadores.
El actual Vicepresidente de la Cámara de Diputados sólo se arrepiente de una cosa: tuvo la oportunidad de seguir estudiando afuera, pero él mismo creó las barreras que años más tarde le pasarían la cuenta. Tuvo tres oportunidades para salir a especializarse en un doctorado en derecho político, pero no fue capaz de tomar la decisión. Ya se había casado, además era importante estar aquí para dar la pelea en contra de la dictadura y así se le fueron pasando una tras otra las oportunidades de concretar sus sueños.
José Muñoz comenzó a trabajar para Jorge hace cuatro años y cuatro meses exactamente. Fue María Teresa, la patrona de su pareja, la que le comentó que Burgos necesitaba un junior. “Él es una persona seria y amable, muy buena persona… No es porque sea mi jefe. Se preocupa demasiado por los cuatro que trabajamos allí”, declara.
Tiene un perfecto equilibrio entre su vida pública y la privada. El oficio del político es tan difícil como el de cualquier otro profesional. “El que no está dispuesto, que no tome el sacrificio. Para llorones basta. Longueira pasa llorando por eso”, argumenta.
Cree que sus adversarios y también algunos de sus amigos políticos lo imaginan soberbio, irónico, medio pedante –como el mismo se califica-, pero es algo que no le preocupa. Quizás empiece a pensarlo ahora, a sus 50 años. María Teresa lo admira mucho por su seriedad, inteligencia y lealtad: “Es un hombre valiente e innovador dentro y fuera del partido. Como se ha ido desarrollado, es un tipo absolutamente político”.
Muñoz coincide con Humeres al señalar las virtudes de Burgos: él es leal a toda prueba. A él lo ha ayudado bastante: “Cuando se ha enfermado un niño mío, incluso lo llevó a la clínica y le pagó todo el tratamiento que tuvo. Tiene buen corazón. Cuando yo estuve fracturado, me llevo a que me atendieran y me dejó descansar diez días”.
Pero no todo es color de rosas. También Burgos tiene un gran defecto. “Si bien trabajar con él es relajao, también es mal genio, tiene el tiro corto… Es un poquito mañoso, pero a los cinco minutos se le olvida”, concluye Muñoz.
Mientras Burgos peina su cabello cano, que aún conserva unos mechones rubios detrás de las orejas, piensa en su legado a la política. No se atreve a mencionarlo. Es demasiado. Él no es tan importante como para que lo recuerden por algo. No quiere ser recordado por cosas materiales, sólo por ser un católico que vivió de acuerdo a las enseñanzas de la Biblia. Pero los que lo rodean lo recordarán como un hombre justo, humano y un político cabal. Ésa es su mejor herencia.
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Ya sé que es ultra mamón, pero me siento orgullosa de haber escrito este trabajo, que tantas horas del último semestre me tomó. Agradecimientos a: Carla Parra, por haberme conseguido algunas entrevistas; la madre, por haberme escuchado cada vez que tenía trabajos de Escrita; y a Daniel, por haber aguantado mi mal genio mientras lo escribía... Y, por supuesto, a todos los que me conocen.

26.7.06

No quiero crecer!!!


Estoy aburrida con todo. Con mi vida. Con el letargo que me ha embargado estos días. Estoy pasando por una sequía literaria y, por lo mismo, había dejado de escribir y no había actualizado este blog. Pero no sé cómo ni por qué estoy aquí, frente al computador, si ni siquiera sé si a alguien le importa.

Tengo tantas cosas por las que ser feliz, pero no sé... nada está allí cuando lo necesito, nadie está allí cuando lo necesito. Y la vida sigue siendo un enfrentamiento donde yo siempre salgo dañada y nadie tiene ni la más mínima consideración por lo que yo pueda sentir... ¿Es que a nadie le importo?

Esto ya suena a sesión de autoayuda. Pero tampoco es un grito desesperado por atención. Nada más parece que estuviera creciendo. Sí, todo lo indica. Los lugares a donde voy y los que dejé de frecuentar. La música que escucho y la que se quedó olvidada en el armario. Mis pensamientos giran sobre ese viejo y vago gustillo a tierra mojada de cuando era más pequeña, pero ahora salgo a mi ventana y frente a la misma humedad del invierno, no puedo sentir lo mismo.

Porque si de esto se trata crecer, yo me niego absolutamente. Me está resultando demasiado difícil y un tanto insatisfactorio para todas las canalladas que te prometen cuando eres chica(o).

La lluvia sigue cayendo en Santiago (¿se dan cuenta que los días lluviosos son catastróficos para mí?) y sigo esperando a que una señal, sólo una, baje del cielo y me permita seguir respirando y anhelando que toda esta confusión pasara. Pero espero... y espero... y sigo esperando, mientras noto que el cuerpo se me está adormeciendo, cayendo a pedacitos, y que ni siquiera la Liga de Mujeres Contra la Gravedad me puede ayudar.

Cuando ÁNIMO es la peor palabra que te pueden decir. ¡Si el ánimo se comprara en el almacén de la esquina, yo hace rato hubiese adquirido la fábrica! No sé qué sucede conmigo, me siento sola, frágil, cualquier cosa me afecta profundamente, tengo ganas de llorar por horas... me siento mal, tengo angustia de lo que viene, que este semestre será el más complicado por todo: por la U, por mi vida personal, etc, etc, etc.

El ánimo no es una solución en este momento, el ánimo no es el remedio a este dolor que tengo dentro, el ánimo no me hará levantarme de la cama para dejar de pensar en que mi vida es un desastre. Ayudo a los demás, pero no siquiera soy capaz de sacarme esta pena que llevo.

Pero parece que uno nunca deja de crecer, que la vida no te deja tranquila, que no sé si podré seguir adelante. Han dejado de importarme las cosas que realmente ocupaban una gran parte de mi vida. Pero no sé si estoy dispuesta a pagar el alto precio de crecer. No sé si estoy dispuesta a escuchar las mismas palabras moralizantes que me dicen que estoy equivocada, que todo pasara, que lo que no te mata, te hace más fuerte. Quiero dejar de pensar... Quiero dejar de luchar... Quiero quedarme así, en un día de lluvia y no crecer más.
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